Con el vigilante.
Después
de una noche de fiesta con altas expectativas frustradas, te quedas
con la energía a tope, buscando con quien desahogarte.
Después
de una noche con tus excompañeros de la facultad, donde bailaste
toda la noche, jugaste con ellos, igualmente te abrazaron y besaron.
Ninguno de ellos perdió la ocasión de tocarte, ya sea
“accidentalmente” o jugando, y tú te dejaste querer.
Cada
caricia eleva tu temperatura, tus ganas de desear mucho más, que
simples toqueteos.
Los
labios de la vagina se humedecieron, vigilantes, como el resto del
cuerpo, al deducir todas las probables acciones que puede llevarse a
cabo.
¿Una
orgía? ¿Un trío? Hay tantas posibilidades. Juntaste los muslos y
los apretaste para gozar de la sensación que te proporcionaba el
tejido sedoso en tu sexo, llenando tu mente de alocadas fantasías.
Pero
nadie se atrevió a ir más allá de los toqueteos. Eso te dejo
desilusionada, con querer conseguir más y llegar hasta a un final
explosivo.
Cuando
terminó la fiesta, te fuiste a tu residencia en taxi, durante el
recorrido no dejas de soñar con cada uno de tus ex compañeros, el
chofer te miraba extraño. ¿Acaso podría ser que…?
Pero
no paso nada.
Al
llegar a tu Unidad Habitacional, te recibió el Vigilante, un tipo
alto, serio, de tez morena, de apariencia ruda que expresaba
experiencia y destreza.
En
anteriores ocasiones lo habías sorprendido mirandote con lascivia,
cuando caminabas a la tienda, al pasear al perro, al ir a trabajar.
Pero, ahora que lo piensas, jamás te resultó incómodo, al
contrario, te agradaba mucho, esas ojeadas cargadas de lujuria y
pasión.
Así
que fuiste a su caseta de vigilancia. Después de algunos saludos y
verificar que estaba solo, empezaste a conversar de tu noche, y con
insinuaciones le hiciste saber que estabas insatisfecha. Entonces el
te pregunto cómo podría ayudarte.
Y
sin pensarlo, te quitaste el abrigo, desabrochaste tu vestido,
guiaste sus manos a tu cintura expuesta. Su semblante mostraba
sorpresa, no obstante estaba iluminado por una sencilla y agradable
expresión de placer.
Mientras
te acaricia, tu lo desnudas y juntas tu entrepierna a su falo con
fuerza, disfrutando de la sensación de calidez al estrechar sus
cuerpos.
Luego
se inclinó para besarte el cuello. Aquel beso cálido y húmedo hizo
que apretaras los muslos entre tanto notabas un fuego que invade todo
tu lindo cuerpo. En un abrir y cerrar de ojos te despojaste de tu
vestido, del brasier, de tus pantaletas, quedándote solo con tus
medias y zapatos de tacón.
Te
retuerces impaciente, mientras tanto te chupa y mordisquea el lóbulo
de una oreja, y le correspondes apretando contra su verga ya
engrandecida y dura como mástil de un velero. La excitación te
invade por completo.
El
Vigilante empuja su miembro en el interior de ti, lo recibes con
satisfacción, dando gritos de placer. Y tras soltar un profundo
suspiro y tantear que sus balanceos habían hecho que se endurecieron
tus pezones, te inclinas hacia atrás para levantar los pechos a la
altura de la boca del Vigilante, que empujaba hasta el fondo su
verga.
En
tu mente recuerdas cada toque, cada caricia y adulación de tus ex
compañeros, en varias oportunidades dos de ellos al mismo tiempo,
besaron tus mejillas y el cuello, con el pretexto de un juego. Otros,
al bailar, rozaban tu pechos y tu asentaderas. Varios te cargaron, y
muchos te fotografiaron pidiendote poses calientes, voluptuosas y
libidinosas.
Esos
recuerdos estimulan cada una de tus terminaciones nerviosas de modo
que, ondas de calor fueron recorriéndote el cuerpo, encendiendo los
muslos, las rodillas y, finalmente, los dedos de los pies.
Estas
embriagada de placer, hasta tal punto que quieres agrandar este
tiempo. Todo parece ausentarse, nada te importaba ahora. Todas las
sensaciones de tu cuerpo se concentran en un único sitio.
Tu
cuerpo empezó a dar sacudidas, entretanto tus caderas se balanceaban
adelante y atrás contra el miembro viril del Vigilante. El, tan
jadeante como un corredor de maratones, derrama toda su leche en tu
interior.
El
orgasmo llega con tanta energía que te deja alucinada. Te arqueas
hacia atrás en medio de convulsiones y gritos de placer, sacudes la
cabeza de un lado a otro al alcanzar el clímax.
Enseguida
te levantas para rodear por los hombros a tu cómplice, mientras
tanto disfrutas de los espasmos y al mismo tiempo tus genitales
terminan por verter todos tus flujos.
Como
si no tuvieras esqueleto que te sostenga, acabas desplomándote sobre
el vigilante, con la mejilla apoyada en su hombro, disfrutando el
momento durante varios minutos.
Cuando
te vistes, aún te sientes sacudida por las réplicas de aquel
orgasmo tan explosivo.
La
caseta de vigilancia queda impregnada de olor a sexo.
Al
despedirse, el Vigilante te dice que estará toda la semana en la
noche, por si necesitas de su servicios. Y posiblemente si los
necesites.
Comentarios
Publicar un comentario