Una invitación.
Es una invitación, confesión y una orden para realizar juntos travesuras de exhibición.
Mírame, y ponme en exhibición. Eso es lo que me gusta. Me arreglaré como tú quieras y llévame a pasear.
Seré tu chica vaquera, con botas de cuero brillante subiendo hasta mis esbeltos muslos.
Seré tu colegiala traviesa, con una falda escocesa azul y gris corta y con brillantes zapatos de hebilla con tacón alto.
Seré tu sirena vestida de satén reluciente o tu zorra vestida con mi pantalón de mezclilla ajustado y desgarrado de los muslos y blusa transparente.
A decir verdad, no me importa qué tipo de ropa me pongas. Solo quiero que me vistas muy sensual y me saques, para que la gente me pueda mirar.
Siempre he sido así.
Sí, parezco tímida al principio, con mis ojos castaños oscuros bajos, mi cabello largo hasta los hombros cayendo hacia adelante, ocultando mi rostro. Tengo la costumbre desde hace mucho tiempo de morderme el labio inferior cuando estoy nerviosa o emocionada.
Pero todo eso es actuación.
Lo que más quiero son ojos en mí. Lo que anhelo es la emoción que siento cuando sé que otros están mirando.
Y están ahí. Siempre están, nunca faltan. Han estado observando desde el principio, aunque disimulen no pierden detalle.
Había ojos en mí cuando Alejandro me apoyó contra la pared detrás de la tienda de ropa donde trabajaba, deslizando una mano a lo largo de la delgada tela que cubría mi cuerpo, hasta levantar mi vestido de verano para revelar mis bragas lavanda con bordes de encaje.
La gente podía vernos cuando Juan y yo teníamos sexo en la última fila del cine, con mi larga chaqueta de cuero abierta, mi blusa azul transparente sin brasier, mi minifalda azul marino subida hasta mi delgada cintura.
Y cuando Samuel y yo follamos en ese antro de Cancún, nuestras caricias aumentaron para cada voyeur que paseaba por allí cerca de nuestra mesa.
—Abre los ojos —dijo Sam—. Te están mirando.
Y tenía razón. Ellos son mi combustible.
Mi corazón latía con fuerza cuando hice contacto visual con los otros clientes. Mientras nos miraban para su placer visual personal, mirando el lugar donde nuestros cuerpos se encontraban, luego mirándome a los ojos y dejándome saber que vieron todo.
Quiero ser vista. Todo el tiempo. En todos lados. Pero es más profundo que eso.
Necesito que me mires fijamente, que me veas. Para ver la forma en que cambia mi rostro, como mis expresiones cambian. Para ver la fuerza sutil que late en mis ojos. Para ver el desafío allí, el poder que me hace ser quien soy: la persona real detrás del exterior tímido.
Mírame.
Pero cuando te detengas, cuando te vayas, todavía estaré allí, con la espalda arqueada, los labios entreabiertos. Sentirás que te miro, y mirarás hacia atrás, y luego seré yo quien te mire.
Podemos turnarnos, jugando al escondite con los sensuales movimientos de personajes de películas eróticas.
Puedo asegurar que hay otros hombres y mujeres aquí, como yo, que necesitan ser vistos. Y con traviesas aventuras hay otros amantes que se deleitan al ver a su pareja con otro.
Estoy segura de que te identificarás con ambos, y lo sabré.
Porque, al igual que tú, estaré observando.
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