Regalo de graduación.
Terminar los estudios universitarios merece un gran regalo.
(Nota del autor: Este es un relato escrito a pedido de un cliente para su placer personal, con su permiso es publicado. Es una fantasía, contiene algunos detalles que son reales).
Ruth ya es abogada, se recibió con honores por parte de la Facultad de Derecho de la UNAM. La asesoría de la profesora Míriam Barragán fue determinante para aprobar la tesis, y la cátedra del profesor Carlos Barragán influyó positivamente en su vida como estudiante. El matrimonio Barragán la ayudó a llegar a ser licenciada en derecho.
El día de la fiesta de graduación, llegó al salón de eventos nerviosa, el profesor Carlos le había mandado un mensaje diciendo que le daría un gran regalo esa noche. Aún su familia notaba sus nervios, trataban de calmarla con bromas típicas de familias mexicanas.
Cuando llegaron a la fiesta, era una noche calurosa, y Carlos inmediatamente llevó a Ruth a un lado y se disculpó por haber la descuidado.
—He estado ocupado —dijo—, pero he estado pensando en ti.
Ruth dudó de sus palabras. Nunca había sido buena leyendo las caras de las personas y la cara de Carlos no era más fácil de leer que otras.
—Escucha —dijo Carlos—. En aproximadamente media hora vas al baño qué está en el segundo piso y te encontraré allí.
—¿Para qué? —Ruth dijo.
—Ya lo descubrirás —Carlos sonrío.
—Pero no puedo, vengo con mi familia. ¿Qué les voy a decir? —dijo Ruth que ya intuía de qué trataba el “regalo”.
—Cualquier pretexto sobre la organización de la fiesta. Tú estás en el comité.
—Si, pero no… Está bien, allá nos vemos —dijo Ruth suspirando.
Cuando iba a la mesa con su familia, miró a la distancia a Míriam y la saludo con la mano arriba. No pudo evitar sonrojarse de vergüenza, por lo que estaba a punto de suceder. La profesora le devolvió el saludo con una mirada enigmática.
«Y está mi familia, su esposa. Mucha gente, en un lugar extraño. Y en un baño público… ¡Dios mío!» Ese era el pensamiento de la recién graduada en la próxima media hora.
Con la entrepierna temblando, Ruth esperó treinta minutos y luego se escapó de su familia y de la fiesta con un pretexto tonto, y subió al baño del segundo piso. Pasó unos minutos arreglándose la cara. Había otros baños en el salón de fiestas, y esperaba que nadie decidiera usar este porque era el más alejado de todos.
Estaba impaciente por esperar a Carlos, cuando llamaron a la puerta y lo escuchó llamarla suavemente por su nombre. Un momento después estaba dentro del baño, cerrando la puerta detrás de él y agarrándola entre sus brazos.
Temblando de emoción, se presionó contra él. Pasó las manos por la espalda, bajando por la cintura hasta llegar a su trasero varonil, y le susurró al oído:
—Oh, Dios, Carlos. ¡Nos atraparán aquí!
—No me importa —dijo. —Te prometí darte un gran regalo. Siéntelo, cariño. ¡Pon tu mano aquí y siente lo que tengo para ti!
Pasó los dedos por el bulto de su entrepierna. Su verga estaba dura y palpitante. Podía sentir el calor a través de la tela de sus pantalones.
La asustaba la idea de que alguien pudiera venir y querer usar el baño. Supongamos que esperan afuera. Ella y Carlos tendrían que irse juntos y lo que habían estado haciendo sería obvio, y así confirmar los malditos rumores de la facultad.
Subiendo su vestido, Carlos colocó su mano entre sus piernas y acarició los labios de su vagina a través de sus pantimedias y bragas.
—¡Pero por Dios! —se enfureció—. ¿Por qué diablos las mujeres usan pantimedias? No puedes llegar a la conchita con estas cosas.
Ruth se rió.
Ella bajó la cremallera del pantalón y buscó dentro su verga. Era tan grande y dura que le costaba sacarla a la luz.
Su hinchada pistola estaba caliente y goteando. Ella frotó la piel de un lado a otro unas cuantas veces y untó el líquido que se escapaba de su orificio sobre todo el miembro viril.
Finalmente Carlos apartó la mano de su entrepierna y la hizo sentarse en el asiento de uno de los inodoros cerrados.
—Chúpame la pistola un rato —dijo—. Déjame ver esos hermosos labios en mi plátano una vez más.
Y sin decir palabras, Ruth lamio su lengua sobre la cabeza y el eje de su pene para mojarlo, lo chupó con glotonería en su boca.
—¡Oh sí! —gimió—. ¡Eres tan buena!
Lentamente movió la cabeza de un lado a otro sobre el eje de su pene. Siempre le había gustado saborear pollas, era casi tan bueno como coger. ¡Qué triste fue que su ex novio Jorge se sintiera avergonzado por eso! Ella le había mamado la verga varias veces, pero siempre sentía que lo hacía sentir incómodo.
—¡Das una gran mamada! —dijo Carlos.
Y aferrándose a sus oídos, comenzó a follarle la cara, empujando su verga dentro y fuera de sus labios húmedos.
Ruth permaneció inmóvil, con los ojos cerrados, su atención estaba centrada en el trozo de carne caliente que entraba y salía de su boca.
Carlos gimió un par de veces, pero no sé corrió. Cuando sacó su polla de su boca, ella lo miró.
—¡Cojeme! —ella dijo.
—Esa es la idea —Carlos se rió entre dientes.
Ruth se preguntó cómo lo harían. Sus nervios se agitaron cuando se dio cuenta de que sería la primera vez que tenía sexo en un baño público.
—Levántate el vestido e inclínate sobre el fregadero —ordenó el profesor.
Con las rodillas temblando, hizo lo que le dijo. La exalumna entendió lo que él quería.
Descansando los codos en el lavabo, con el vestido enrollado alrededor de la cintura, sacó el culo y abrió las piernas.
Carlos moviéndose detrás de ella, le bajó las pantimedias y las bragas hasta las rodillas. Pasó la mano por los labios peludos de su entrepierna, estaba empapada y los labios de su vagina estaban hinchados y palpitantes.
Él metió dos dedos dentro y fuera de su coño, ella sintió llegar al tercer cielo.
Y luego Ruth sintió la cabeza del pene caliente empujando entre los labios de su vagina. Un suave gemido escapó de sus labios cuando él se lanzó hacia adelante para perforar con toda la longitud de su herramienta en el canal húmedo de su vulva.
—¡Qué rico papi! —gimió.
Levantando la cabeza, se miró la cara en el espejo. Podía ver a su querido profesor detrás de ella, tenía una expresión intensa en su rostro cuando comenzó a penetrar lentamente su verga dentro y fuera de su concha goteante. Luego volvió a bajar la cabeza y la apoyó en los antebrazos. ¡Coger de esta manera era delicioso!
Sus pantimedias le dificultaron abrir demasiado las piernas, pero logró mantener el equilibrio suficiente para poder mover las nalgas mientras él la penetraba, además, podía sentir sus bolas peludas golpeando contra sus muslos.
Las manos de Carlos acariciaban y apretaban sus nalgas, y luego sintió que sus dedos se movían a la grieta de su trasero para hacerle cosquillas en el ano. Ella gimió cuando él frotó un poco del líquido de su vagina sobre el anillo de su ano, y luego, un momento después, gritó cuando empujaron un dedo dentro. La doble penetración de ojete y chocho fue exquisita.
—¿Alguna vez lo has tenido allí? —él dijo.
—No —gimió ella.
A menudo había fantaseado con esa situación. Pero la idea la asustaba, y al mismo tiempo le hacía temblar las piernas de lujuria. Se preguntó si Carlos alguna vez cogió a Míriam por el culo.
—¡Este es tu regalo de graduación! —dijo Carlos susurrando a su oído —. Solo dejate llevar.
Ella se estremeció de pies a cabeza. Tenía miedo de hacerlo, pero al mismo tiempo lo deseaba. Ella resolvió el problema dejándose llevar y aceptar el regalo.
Ruth vio a través del espejo que su profesor Carlos, metió la mano en su elegante traje y sacó un pequeño frasco de vaselina. Tembló de miedo y deseo cuando sintió el lubricante en su culo.
En cierto modo, parecía apropiado que Carlos estuviera cogiéndola por el culo. Era algo que ella nunca podría imaginar que alguien más lo hiciera, después de todo lo ha pasado en la facultad.
—Por favor, ten cuidado —gimió Ruth.
Él rió.
—Depende de ti, cariño. Si te relajas, entraré allí sin ningún problema.
Ahora ella sintió la cabeza de su pene caliente frotando arriba y abajo sobre la hendidura de sus nalgas. Un momento después, ella podía sentir el esponjoso miembro presionando su sensible agujero de mierda.
Su miedo al dolor mantuvo los músculos de su trasero fuertemente doblados, pero encontró la manera de relajarse gradualmente. Ella suspiro al imaginarse la gorda cabeza de su miembro tratando de abrirse paso en su pequeño y apretado ano.
¡Qué extraño era estar allí en el baño de un salón de fiestas, inclinada sobre el lavabo mientras Carlos le metía la polla por el culo!
Ella simplemente moriría de vergüenza si alguien alguna vez se enterara de sus aventuras sexuales con el profesor.
Al mismo tiempo, tuvo que admitir lo emocionante que era. La misma lascivia y morbo del acto lo hacía terriblemente erótico.
La punta de la cabeza de su pene penetró lentamente en el apretado anillo, y luego, de repente, entró toda.
—¡Oh Dios! —ella lloró.
—Tranquilo, bebé —murmuró Carlos.
Su pene se sentía como un bate de béisbol moviéndose implacablemente dentro de su culo. Empujó toda la longitud de su verga en su ano hasta que sus bolas peludas le hicieron cosquillas en los labios de su vagina. Un largo gemido salió de su garganta cuando se dio cuenta de que tenía toda su polla dentro de su agujero de mierda.
—¿Te gusta eso? —gruñó Carlos.
—Duele, pero puedo soportarlo —contestó Ruth al borde del llanto.
—Relaja tu trasero y no te dolerá nada.
—Estoy mejor ahora —dijo Ruth un poco más tranquila.
—¿Ya mejor?
—Sí. Puedes hacerlo si quieres… Oh, sí. ¡Eso es bueno! ¡Oh, Dios!
Carlos estaba bombeando lentamente ahora, lo hacía con un ritmo constante dentro y fuera de su culo estirado. Y la excitación la invadió por completo.
Todo parecía desvanecerse, nada importaba ya. Todas las sensaciones de su cuerpo se concentraron en un único lugar.
La fricción del instrumento fálico estimulaba cada una de sus terminaciones nerviosas de modo que, una a una, las radiaciones de calor fueron recorriendo su cuerpo, encendiendo los muslos, las rodillas y, finalmente, los dedos de los pies.
Así fue sumergiéndose en oleadas de placer, el fuego que se había iniciado en su ano se le extendió entonces por cada centímetro de su piel.
Tensó las nalgas y los muslos con la intención de disfrutar de cada sensación. Olía el aroma almizclado de su propia excitación.
—Quiero más, que no termine nunca —dijo ella, antes de recoger con la lengua el sudor que le empapaba los labios.
Ruth tenía la sensación de que el calor que notaba en las nalgas provenía de unas ascuas al rojo vivo que la abrasaba por dentro. Empezó a arquear el tronco en busca del clímax.
No pasó mucho tiempo antes de que ella comenzara a correrse. Era muy diferente a correrse con una verga en su coño o su dedo en su clítoris.
Su cuerpo empezó a dar sacudidas mientras las caderas se balanceaban adelante y atrás contra el pene del profesor Carlos.
Ella gimió y tembló a través de un orgasmo profundo y alucinante, diferente a todo lo que había experimentado antes.
Ruth puso los ojos en blanco y gritó a todo pulmón ante el enorme placer llenando todo su ser.
—¡Qué rico! —ella gritó—. ¡Qué rico papi! ¡Qué rico coges!
Carlos se rió entre dientes y continuó golpeando con su mástil dentro y fuera de su ano aún con espasmos. Momentos después, en la cima de su orgasmo, él gruñó y descargó su corrida caliente en sus entrañas.
Quedaron bañados en sudor, sus respiraciones fueron tomando su ritmo normal poco a poco. Antes de acomodar sus ropas se besaron tiernamente, él tenía sus pantalones y bóxer hasta los tobillos, mientras ella tenía su vestido levantado hasta la cintura y las bragas con las pantimedias en sus pantorrillas.
Nunca había experimentado una sensación tan intensa.
Con la mente aturdida y el culo en llamas, Ruth de alguna manera se recompuso y regresó a la fiesta. Todavía se sentía sacudida por las réplicas de aquella explosión
Cuando entró al salón de fiestas, en cuestión de minutos, Míriam Barragán estaba a su lado con una sonrisa amistosa y ojos inquisitivos.
—Deberíamos vernos más a menudo ahora que ya somos colegas —dijo Míriam.
—Sí —respondió Gloria muy nerviosa.
—Siempre te he admirado, ¿sabes?
—¿A mí?
—Sí. Siempre pareces tan feliz.
Ruth la miró fijamente con curiosidad.
—La vida tiene sus altos y bajos —dijo Ruth con ganas de correr.
—Y tú eres tan bonita —dijo Míriam y acarició una mejilla de Ruth.
—Gr… Gra… cias.
—Te llamaré un día de estos.
—Eso estaría bien.
Ruth estaba aterrorizada de que Míriam sospechara que algo estaba pasando entre ella y Carlos. Se sintió aliviada cuando Míriam finalmente la dejó para hablar con otros alumnos.
Ella se rió para sí misma. ¡Qué loco era estar parada allí hablando con una mujer cuando el marido de la mujer acababa de follársela por el culo!
Su culo todavía estaba dolorido. Mirando a su alrededor, encontró a su familia y se sentó con ellos. Carlos estaba de pie con un grupo de personas no muy lejos, y cuando ella lo miró, él le guiñó un ojo. Se sonrojó y rezó para que su familia no se diera cuenta. ¡Ya había tenido suficiente de Carlos por una noche!
La fiesta de graduación pasó sin mayores novedades, Ruth bailó, cenó alegremente, se tomó selfies, bailó de nuevo con familiares y excompañeros, al final lloró con los abrazos de despedida, y fue a su casa con sus padres.
Ya a solas en su recamara, a punto de quitarse la ropa, se estremeció al recordar el salvaje regalo que recibió. Su entrepierna todavía revoloteaba por el recuerdo de eso, y su ano está disponible para recibir otro penetrante regalo.
Ya desnuda en la habitación, decidió que una última vez realmente la tranquilizará para el resto del fin de semana. No tenía sentido negarse a sí misma ahora. Después de una cogida tan excitante como hace unas horas, quería estar segura de que tendría algo de paz por algunos días para dedicarle tiempo a la búsqueda de empleo.
Una ligera corriente eléctrica a través de su cuerpo, provocada por los recuerdos de ella con Carlos, hizo que sus muslos temblaran con anticipación. Su entrepierna estaba mojada de nuevo, en el momento en que se acostó en la cama, podía sentir el jugo goteando por el interior de sus muslos.
Abriendo las piernas, se limpió los muslos con la sábana y abrió los labios de su vagina. Levantando una mano a su hombro, acarició lentamente su suave piel, luego, pasó los dedos por sus pechos y acarició con las uñas cada pezón.
Sus manos recorrieron su cuerpo mientras se tocaba en sus lugares sensibles.
«¡Dios, estoy tan cachonda!»
Sintió que casi podía venirse con sólo tocar su piel.
Dándose la vuelta, presionó su vulva contra la cama, forzando a sus labios vaginales a abrirse, aplastando la entrepierna contra el colchón. Movió sus caderas, pegando su entrepierna contra la sábana.
Deslizando ambas manos debajo de su vientre, metió los dedos en su vulva y los mantuvo allí, sin moverse, sintiendo el calor y la humedad de su interior, y luego, gradualmente, subiendo y bajando su coño contra sus manos.
Sus pezones estaban sensibles, sus tetas estaban hinchadas. Empujó dos dedos dentro de su vagina, metiéndolos y sacándolos lentamente de su goteante agujero.
Se dio la vuelta. De espaldas de nuevo, movió su mano libre a sus tetas. Paseó los dedos alrededor de las areolas y los apretó y pellizcó hasta que quedaron erectos. Así estuvo por varios minutos, al mismo tiempo que por su mente desfilaban los recuerdos que vivió junto al profesor en la facultad.
Ruth estaba más caliente por eso ahora, no había forma de que pudiera esperar más. Metió otro dedo dentro de ella, estirando sus labios vaginales, metiendo y sacando tres dedos como un pequeño pene.
Con la respiración entrecortada, mueve sus caderas arriba y abajo, jodiendo su mano. La sangre parecía circular a toda velocidad y el cuerpo se le estremecía excitado. Sin previo aviso, ella se vino de repente. Echó la cabeza hacia atrás y movió las caderas con frenesí mientras que sus fluidos vaginales corrían por toda su mano.
—¡Oh, Santa madre! —ella gritó en voz alta.
Apretó sus muslos, apretando su entrepierna alrededor de sus dedos, saboreando el grosor de su mano mientras volvía a correrse.
«¡Dios, qué puta puta soy!» Pensó.
Sacando los dedos de su vagina, se los llevó a la cara. El olor del jugo de su coño llenó sus fosas nasales, se quedó mirando sus dedos cubiertos de líquido, mirándolos hipnotizada, imaginando que eran una hermosa verga.
Con un suave gemido, se metió los dedos en la boca y empezó a chuparlos. Cuando lamió todo el jugo, cuando sus dedos estaban limpios, los sacó y los devolvió a su entrepierna.
Se separó los labios inferiores para buscar el clítoris y, con un movimiento circular, empezó a mimar su punto de placer que fue endureciéndose e hinchándose bajo sus caricias.
Deslizó su mano libre debajo de su trasero y masajeó suavemente su ano. Abierta sobre la cama, con ambas manos masajeando su entrepierna, acarició y jugueteó con su clítoris y ano hasta que sus caderas una vez más subían y bajaban, lo que le provocó un remolino de dolor y placer que la recorrió de arriba abajo al tiempo que la dejaba sin respiración.
—¡Oh Dios mio! —ella gimió.
El orgasmo final salió con fuerza en una ola de éxtasis caliente, cubriéndola de los pies a la cabeza.
«La próxima semana debo buscar trabajo, tal vez Míriam y Carlos me ayuden» pensó Ruth mientras recuperaba su respiración.
Y desnuda se quedó dormida.
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