Despertar espiritual anal.

 Despertar espiritual anal.  —Cristina, si no dejas de deprimirte, voy a detener este auto y te patearé contra la banqueta.  Estela me lanzó una mirada que no podía ignorar, y su tono de voz no era precisamente el de una broma. Sabía que ella era capaz de hacerlo, era el tipo de chica que no se andaba con jueguecitos. Y justo ahí estaba el problema, ¿cómo podía superar la ruptura con Beto si ni siquiera podía superar mi propia tristeza? —Lo siento, Estela, realmente no estoy de buen humor. Traté de sonreír, pero no pude evitar que me saltaran las lágrimas. ¿Cómo podía ser tan cruel el destino? Un mes atrás, Beto me había dicho que me amaba, que nunca me dejaría ir, y ahora, aquí estaba, en el asiento de un auto con Estela, tratando de no llorar en un momento en que me sentía más sola que nunca. —Uf, tienes que superarlo.  Estela miró su propio reflejo en el espejo retrovisor, asegurándose de que su cabello rubio seguía teniendo los rizos perfectos.  —Al romper con Beto es lo mejor que

La esposa del pastor

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El grifo de la cocina no dejaba de gotear, la desesperación de Sarai aumenta con cada gota. No puede soportar el sonido constante que le taladra los oídos y le recuerda su triste matrimonio. Ha intentado arreglarlo con cinta adhesiva, con pegamento, con un trapo, pero nada funciona. Se siente impotente y sola, sin nadie que la ayude o la consuele. Lo deja por el momento, para continuar limpiando el estudio de su marido. 

Ser la esposa de un pastor nunca ha sido fácil, especialmente cuando has alcanzado la edad de cuarenta años. Sarai, con su cuerpo ardiente y su mente llena de deseos prohibidos, sabe que debe mantener las apariencias y seguir las normas impuestas por la sociedad religiosa en la que vive.

Mientras acomodaba los libros de su esposo, Sarai no pudo evitar que sus pensamientos se desviaron hacia terrenos más sensuales. La imagen de su cuerpo desnudo enredado con el de algún ardiente feligrés se dibuja en su mente, en específico con el maestro de escuela dominical, con su físico delgado y nervudo de un bailarín, que irradia una fuerza cruda y primaria, tiene una constitución elegante y poderosa, ese maestro es un hombre hermoso.

Su boca se humedece, imaginando el sabor de la lujuria en sus labios, mientras sus manos se movían con una lentitud sugestiva en sus apetecibles nalgas. 

«Pastora Sarai...» murmuró con una sonrisa traviesa, dejando que su imaginación desatada llenará su cabeza de escenas eróticas. El título de "pastora" ahora se le antojaba más como un juego de colegialas glotonas, algo que no hacía más que avivar su fuego interno.

Sus dedos se deslizaron a lo largo de los lomos de los libros, trazando líneas imaginarias que la hacían estremecer por un peligroso deseo erótico. Cerró los ojos por un momento, permitiendo que su mente se adentrará en un mundo de placeres carnales, lejos de las ataduras de la religión y las expectativas de los demás.

Sarai sabe que si alguien descubre los pensamientos pecaminosos que se esconden detrás de su fachada virtuosa, se quedarían boquiabiertos. Pero eso solo alimenta su deseo, el hecho de que nadie puede sospechar lo que realmente está pasando en su mente mientras aparenta ser una mujer piadosa.

Desde hace un año están a cargo de una iglesia evangélica en la Ciudad de México, y cada vez más se descuida su relación sexual. Hace ya algunos meses dejaron de tener sexo con la idea de enfocar sus energías en la iglesia.

Fue un gran error. 

La esposa del pastor

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Sarai dejó caer el diccionario bíblico al suelo con un estruendo, mientras su mente ardía en deseo. La lujuria fluye a través de sus venas, convirtiéndola en una perra en celo desesperada por una buena sesión de sexo salvaje. Sus pensamientos lascivos se volvieron palabras audaces que escapan de sus labios.

—¡Solo quiero que me cojan bien duro! ¿Es mucho pedir? —exclamó en voz alta, desafiando al cielo con su deseo desenfrenado.

Recordando las historias que había leído sobre mujeres como ella, Sarai se dio cuenta de que ahora era una de esas desafortunadas. Pero no va a quedarse de brazos cruzados, tiene que tomar el control de su propio placer. La pregunta que ardía en su mente era cómo hacerlo.

«Me enseñaron que la masturbación es pecaminosa, que es obra del diablo», pensó con frustración, su rostro refleja claramente su descontento.

—¿Qué debo hacer? ¡No puedo soportarlo más! —gritó, llevando sus manos a sus preciosos pechos y luego a su entrepierna—. Y ese pinche goteo en la cocina es cada vez más frustrante.

El sonido constante de la llave goteante solo servía para aumentar su excitación. La idea de abandonarse al placer prohibido se apoderó de ella, nublando su mente con imágenes de su cuerpo siendo tomado con fuerza y pasión.

La respuesta no se hizo esperar. 

El sonido del timbre resonó por toda la casa, haciendo que Sarai se estremeciera de anticipación por un presentimiento de lo que va a ocurrir. Con paso decidido, se dirigió hacia la puerta principal y la abrió lentamente. Y ahí estaba un muchacho, parado en el umbral con una sonrisa tímida en sus labios juveniles.

Sin poder evitarlo, Sarai lo escaneó de arriba abajo, su mirada lujuriosa recorriendo cada centímetro de su cuerpo atlético y vigoroso. 

—Necesito trabajo, puedo cortar el pasto de su jardín —dijo el muchacho con una voz suave y seductora, con un tono lleno de promesas pecaminosas.

Las palabras resonaron en los oídos de Sarai, despertando sus más oscuros deseos. No pudo resistirse a la tentación que aquel joven le ofrecía. Es como si el destino mismo hubiera conspirado para ponerlo frente a ella, y no iba a desperdiciar una oportunidad tan ardiente.

Aunque su esposo había cortado el césped hace apenas unos días, eso no le importaba en lo más mínimo. Sentía que aquel chico había sido enviado directamente desde el mismísimo paraíso para alegrarle el día con su presencia ardiente.

—¿Cuánto? —preguntó ella con voz entrecortada, llena de una lujuria incontrolable.

El adolescente sonrió, consciente del poder que tenía sobre ella.

—Tres… Quinientos y termino en una hora.

Sarai asintió con la cabeza, sabiendo que aquel era un trato que no podía rechazar. No importaba si el césped ya estaba cortado, lo que realmente anhela es sentir sus manos fuertes y ágiles acariciando cada rincón de su cuerpo. Con un gesto, le indicó que comenzara a trabajar, y él obedeció, sin demora entró al jardín con un aire sexy y estimulante.

Sarai subió a su recamara y se plantó frente al espejo de cuerpo entero, con su mirada ardiente recorriendo cada centímetro de su reflejo mientras él sacaba la maldita cortadora de césped. No pudo resistirse más a la tentación y desabrochó cada botón de su pálido y aburrido vestido floral, liberando su cuerpo sediento de pasión.

«Y si yo… ¿Qué pasaría si yo…?» murmuró mientras sus manos acarician su vientre liso, imaginando los placeres que le esperan. La excitación se apoderó de ella y sus manos se deslizaron hacia su pecho, jugueteando con fuerza mientras soltaba un suspiro hizo un sonido bajo y ronco de placer.

Desde su ventana, con la mirada clavada en el chico que trabaja en el jardín, Sarai se deleita con cada movimiento que hace al cortar el césped. Cada gesto era una invitación provocativa, un baile sensual que la deja con la boca seca y el corazón acelerado. No puede apartar sus ojos de aquel cuerpo musculoso y sudoroso, su deseo aumenta con cada músculo tenso y cada gota de sudor resbalando por su piel bronceada. Este muchacho es como una fantasía hecha realidad. 

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Un gemido de puro placer escapó de sus labios cuando su vestido cayó al suelo. Sin perder un segundo, deslizó su mano dentro de sus bragas, encontrando su clítoris húmedo y ansioso por ser acariciado. Los movimientos de su mano se volvieron más frenéticos, buscando el orgasmo que tanto anhelaba.

—No debería ni siquiera pensarlo —murmuró con voz entrecortada mientras se deshacía del brasier, liberando sus pechos llenos de deseo—, pero es tan cachondo y lindo. Solo me tocaré mientras lo vea.

Dejó caer sus bragas blancas, quedando completamente desnuda y lista para deleitar sus ojos con el cuerpo atlético del joven. Sus dedos se deslizaron hacia su entrepierna, acariciándola con urgencia, buscando el éxtasis que tanto ansiaba. La vergüenza y el deseo se mezclaron ardientes en su entrepierna. 

Sarai se abandonó a su deseo, entregándose a su propia lujuria mientras sus ojos se clavaban en el espectáculo del joven trabajador. Sus manos se mueven con destreza, sobando su entrepierna con ansias desenfrenadas, acercándose cada vez más al clímax que tanto añoraba.

En ese momento, recibe un mensaje de texto de su esposo:

“No iré a comer. Seguramente llegue hasta la noche. Mañana arreglo la llave de la cocina. Besos.”

Cuando Sarai lee el mensaje, un gran coraje invade su corazón. Y contesta con un frío: 

“Está bien”. 

Todavía furiosa por el mensaje de su esposo, se puso un par de pantalones cortos de mezclilla ajustados y una camisa sin mangas que acentuaba cada curva. Sus pezones asomaban a través de la tela, provocativamente visibles para cualquiera que se atreviera a mirar.

Se arregló la cara, se recogió el pelo en una coleta alta y salió al jardín en busca del joven semental que encendía sus húmedos deseos.

Encontrando sombra debajo de un árbol, esperó a que el muchacho empujara la cortadora de césped más cerca de su lugar.

Finalmente, él llegó y ella lo saludó con una sonrisa seductora, informando que necesita un descanso.

—¿Qué tal una Coca-Cola? —ella ronroneó, como un gato, en su oído—. No te preocupes por el tiempo. Igual te pagaré.

Él aceptó su oferta con gratitud, pero Sarai no pudo evitar deleitarse con la forma en que sus ojos devoraban su cuerpo con avidez. Su camisa transparente enseña sus amplios senos en todo su esplendor, mientras que los pantalones cortos abrazan sus muslos, resaltando su forma.

Con una sonrisa traviesa, fue adentro por la bebida, su mente zumbaba anhelante por lo que podría suceder.

Cuando salió con la Coca-Cola, lo encontró tumbado al sol, sin camisa. Su cuerpo era puro músculo, una exhibición de masculinidad irresistible. No pudo evitar admirar cada centímetro de su pecho, brazos y hombros, delineados y firmes como los de un dios del sexo.

—Tienes un cuerpo impresionante —ronroneó, desatando el fuego dentro de ella.

Él se sonrojó, pero le devolvió una sonrisa tímida. —Juego al fútbol americano.

—Interesante —respondió Sarai, dejando escapar un suspiro cargado de deseo—. ¿Sabes algo sobre grifos o válvulas de agua?

—¿Grifos? ¿Válvulas? —preguntó confundido.

—El grifo de la cocina está goteando. Tal vez podrías echarle un vistazo —sugirió, mientras su mente maquina planes mucho más traviesos.

El chico se encogió de hombros y ella lo invitó a entrar, llevándolo directo a la cocina. Parada a su lado, Sarai no pudo resistir la tentación de jugar con sus pezones, sabiendo que él estaba completamente absorto examinando la válvula de agua.

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Pero su concentración la irritaba. No podía soportar verlo tan enfocado en algo tan trivial. Era hora de cambiar de táctica. Aprovechando una oportunidad, rápidamente lo distrajo ofreciéndole otra Coca-Cola.

Abrió la lata de refresco y se sentaron juntos en la cocina, bebiendo sus bebidas. Sus ojos se deleitaron con la vista de sus amplios pechos, apenas ocultos por la tela transparente de su camisa. Sus tentadoras curvas capturaron su mente, encendiendo un ardiente deseo dentro de él.

—Estás mirando mis pechos —afirmó, su voz llena de un tono juguetón.

Se sonrojó, sintiendo una mezcla de vergüenza y emoción.

Está bien —sonrió Sarai, con su voz llena de seducción—. ¿Te gustaría verlos mejor?

Sin esperar su respuesta, se levantó la camisa, dejando al descubierto sus exquisitos pechos con pezones oscuros y tentadores. La voluptuosidad de su forma parecía casi increíble.

—Oh, Dios —murmuró el chico, con el aliento atrapado en la garganta.

Ven aquí —Sarai le hizo una seña, con un tono autoritario, pero atractivo.

Con expresión incierta, caminó hacia Sarai, parándose frente a ella. Sus ojos están fijos con hambre voraz en sus senos mientras ella rebota y se balancea con movimientos tentadores, capturando su mirada lujuriosa.

Tomando sus manos juveniles entre las de ella, las guió hacia sus globos llenos y flexibles, manteniéndolas ahí. Una calidez sensual la envolvió, evocando una sensación de delicioso deseo.

—Adelante —susurró—. No tengas miedo. Acaricialos.

Con los ojos muy abiertos y la mandíbula floja, tímidamente movió sus manos sobre sus ardientes pechos. A medida que su confianza crecía, se volvió más audaz, sus dedos apretaban y exploraban la firme carne con creciente fervor.

Sarai pasa las yemas de los dedos sobre el bulto de su pene, trazando el contorno del eje y la forma de la cabeza. Su miembro se siente tan duro como una roca debajo de sus jeans. 

Hizo sonidos hambrientos desde el fondo de su garganta ante el toque de sus dedos.

El chico mantuvo sus manos en sus tetas mientras ella le desabrochaba el cinturón y le bajaba la cremallera. Le bajó los pantalones de mezclilla hasta los tobillos, su mano se movió rápidamente sobre la longitud de su rígido pene hasta que estuvo sobre sus bolas.

Ella sonrió ante la forma en que sus calzoncillos boxers están estirados con la forma de su verga que empujaba hacia arriba.

El cuerpo del muchacho se tensó cuando toqueteó sus bolas, lo miró con lujuria, como un animal hambriento. Con su mano y agarró su gruesa verga aún aprisionada en sus boxers.

Sarai respira con dificultad, su corazón late con fuerza, sus dedos se mueven lentamente hacia arriba a lo largo del pene y hacia abajo de nuevo. Su mano presionó contra la punta palpitante del miembro viril mientras sus dedos iban hacia abajo para sentir la longitud.

Ella apretó la verga, era como una roca, una roca cubierta de tela, su vagina tembló y humedece. Jugando, sondeó la cabeza de la verga hinchada. Él jadeó cuando ella finalmente le bajó los calzones. 

La piel caliente de la cabeza de su verga rozó su mano mientras saltaba frente a sus ojos. Era grande, moreno y de aspecto furioso. El eje de su pene tenía venas azules y era muy grueso.

Cerrando sus dedos alrededor del miembro, movió la piel hacia arriba y hacia abajo, una gota de líquido transparente rebosó en la hendidura.

Él todavía tenía sus manos en sus tetas, sus dedos son como hierros candentes. Hizo movimientos circulares en cada seno, se detuvo en su escote, luego se deslizó hacia arriba solo para volver ansiosamente a sus pezones.

Quitando los vellos de su verga hacia atrás para exponerla completamente, abrió la boca y engulle su pistola goteante.

—¡Madres! —gimió el muchacho.

Tiene pocas posibilidades de darle una verdadera mamada, era la primera vez que lo hacía, solo se dejó llevar por su intuición. Acarició el pene con sus labios arriba y abajo del eje, y luego, de repente, él gritó y comenzó a disparar chorro tras chorro de semen espeso y caliente en su boca abierta.

Tuvo que tragar para no ahogarse. Tragando y chupando, finalmente tomó toda su corrida y apartó la boca de su verga para sonreírle.

—¿Te gusta? —ella preguntó.

—¡Oh, Dios, lo siento! —gimió.

—No te preocupes —ella sonrió—. Me gustó. Estoy segura de que puedes ponerte duro de nuevo. Vayamos al dormitorio y desnudémonos.

El muchacho se subió los pantalones de mezclilla y ella lo condujo al dormitorio. Cuando se quitaron la ropa, se rió de la ansiedad en sus ojos, y era ciertamente diferente a su esposo. 

Por unos momentos la culpa la invadió, y unos remordimientos llenaron su corazón. Ella, la madura esposa del pastor está desnuda con un joven que igual está desnudo.

Pero al notar la mirada de admiración del chaval, los remordimientos desaparecen. Está caliente por ella, la forma en que sus ojos se deleitaban con el sexo de su entrepierna la hizo sentir como si tuviera un gran tesoro entre sus piernas. ¡Ella amaba esa sensación! Hace mucho que no la sentía. 

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El joven se subió los pantalones vaqueros y ella lo condujo al dormitorio. Mientras se quitaban la ropa, ella no pudo evitar reírse ante el entusiasmo en sus ojos. Ciertamente era diferente de su marido.

Por un breve momento, la culpa se apoderó de ella y el remordimiento llenó su corazón. Aquí estaba ella, la madura esposa del pastor, desnuda con un joven que estaba igualmente expuesto.

Pero cuando notó la admiración en la mirada del joven, la culpa se desvaneció. Él la deseaba ardientemente, y la forma en que sus ojos se deleitaron al ver su íntima feminidad la hacía sentir como si poseyera un precioso tesoro entre sus piernas. ¡Oh, cómo disfrutó esa sensación! Había pasado demasiado tiempo desde que lo había sentido.

El aire crepitaba con anticipación eléctrica mientras estaban uno frente al otro, con sus cuerpos desnudos y vulnerables. Se deleitó con el poder de su sensualidad y abrazó su nueva liberación.

Los ojos del muchacho recorrieron ávidamente su figura, trazando las curvas de sus pechos, la curva de sus caderas y la curvatura de sus muslos. Su piel hormigueó bajo su mirada, ansiando su toque, mientras el deseo pasaba entre ellos como una fuerza irresistible.

Con una audacia que no había sentido en años, se acercó a él y sus manos trazaron los contornos de su musculosa estructura. Sus dedos bailaron a lo largo de su piel, provocando escalofríos de placer, mientras sus cuerpos se acercaban, sus deseos se entrelazan, con elegancia lo llevó hacia su cama. 

En ese momento, el peso de las responsabilidades y las expectativas sociales se desvaneció, dejando sólo la búsqueda sin límites del placer.

Tumbada en la cama, con el cuerpo estirado, acercó las rodillas al pecho y separó los muslos.

—Me encantaría que besaras mis delicados pétalos— susurró seductoramente—. ¿Alguna vez has complacido a una mujer de esa manera?

Él asintió, subió a la cama y se abalanzó sobre ella con entusiasmo. Rápidamente se hizo evidente que no era tan inocente como parecía. Con experiencia y precisión, sabe exactamente dónde besar, sin descuidar ningún detalle.

—Es todo tuyo —siseó ella—. ¡Oh, Dios, sí, perdóname!

Su lengua se deslizó arriba y abajo entre los labios hinchados y deliciosos de su vagina. Ella jadeó ante la exquisita sensación de su cálido aliento sobre la carne temblorosa de su palpitante sexo.

—¡Bésame, mi niño travieso! ¡Chúpame! ¡Lámeme! —gimió profundamente en su garganta. 

Las palabras salieron de su boca mientras se retorcía, aplastando su montículo contra su cara.

—¡Oh Dios, eres tan bueno! —jadeó y se retorció salvajemente debajo de él—. ¡Desliza tu lengua hacia adentro!

Obedientemente, le folló el coño con la lengua, luego, movió su lengua hacia arriba, masajeando su clítoris tembloroso. El trasero de Sarai se levantó de la cama cuando llegó al clímax, las caderas se balancearon y temblaron de placer, alcanzando el pináculo del éxtasis justo en la cara del chico.

—¡Eso fue hermoso! —con un grito de placer, encontró la liberación que necesitaba

—¡Cojeme ahora! —su grito agudo fue lo suficientemente fuerte como para despertar a los muertos.

Sarai abrió sus muslos para recibirlo, cuando él se metió entre sus piernas, envalentonada por su propio deseo imprudente, ella lo guió tomando su pene y sus testículos y los colocó en la entrada de su vagina. El joven gruñendo de impaciencia, se lanzó hacia adelante y enterró su verga dentro del goteante coño.

Es joven y fuerte. Empujó y empujó violentamente dentro y fuera, los tendones de su cuello resaltan en relieve, ella agarró sus nalgas mientras giró sus caderas en lentos círculos alrededor de su polla. Salió casi por completo y luego se hundió profundamente en su pozo caliente. 

Arqueando sus caderas, Sarai disfruta ser empujada en cada embestida. Se movió debajo de él, gritando mientras él la llenaba.

Balanceándose adelante y atrás, gritó cuando sintió que se acercaba su orgasmo. 

—¡Por una chingada! ¡Apresúrate! ¡Dispárame!

Se movió fuerte y rápido, avanzando hacia un clímax desesperado, su verga palpitante corrió hacia el clímax. Él agarró sus caderas, empujándola con fuerza hacia su embestida final, golpeó su panocha, irrumpió en ella y la llenó con su semilla. Bombeó la última carga y luego rodó sobre la cama.

Él suspiró cuando ella movió la cabeza hacia su entrepierna y comenzó a lamerle el pene. Sarai lamió el jugo de su pene inerte antes de besarlo con su cálida boca.

Apretó sus bolas y lo chupó hasta que comenzó a endurecerse de nuevo. Se rió entre dientes de lo fácil que era hacer que un chico de su edad se pusiera duro de nuevo.

—¿Alguna vez lo has hecho al estilo perrito? —preguntó con lascivia. 

Sarai, sin esperar respuesta, se arrodilló con gracia en el borde de la cama, él está parado detrás de ella, su presencia la envolvía. Intoxicada por la lujuria, movió seductoramente su trasero hacia su rostro, instando a penetrarla.

—Ponlo dentro —susurró, rogando por más sexo.

En un instante, su miembro palpitante se hundió en su núcleo húmedo y anhelante como un poderoso ariete, con la pasión de la bestia. La cabeza de Sarai descansaba sobre el colchón, sus ojos cerrados y sus labios entreabiertos, entregándose al placer abrumador, los golpes duros y ásperos sacudieron su cuerpo. El ritmo de su unión era implacable, mientras él la golpeaba con una fuerza que hacía temblar sus huesos, parecido a un martillo neumático.

Ella jadeó al sentir cómo él la llenaba mejor, más completamente que cualquier otro hombre. Comenzó a llegar al clímax casi instantáneamente, olas de éxtasis la invadieron, su cuerpo se sacudió ante la sensación ardiente, los dedos de sus pies se curvaron y la espalda se arqueó cuando llegó. Parecía interminable. Olas convulsivas se apoderaron de ella, en la cima de su orgasmo, estaba como una loca, gritando pasión. Un orgasmo tras otro la recorrió y podía jurar que podría continuar para siempre.

Sus cuerpos se estremecieron, atascados por bombas de placer, jadean y gimen, cediendo al placer mutuo. Se corrieron duro, cada uno alimentando el clímax del otro.

Cuando finalmente soltó su carga, ella se desplomó de lado, completamente exhausta, y se quedó dormida en un sueño profundo y satisfecho.


*** 


Una voz susurró al oído de Sarai, despertándola de su dulce sueño.

—¿Qué es eso? —murmuró ella, mientras se daba cuenta de que el chico todavía está allí, parado junto a la cama. Ya está vestido.

De pie, la miró fijamente.

—¿Puedo cobrar mi dinero, señora? —preguntó con una sonrisa traviesa en los labios.

—¿Dinero? ¿Qué dinero? —respondió ella, confundida y con una chispa de curiosidad creciendo dentro de ella.

—Por cortar el césped, señora. ¿Puede pagarme? Tengo que irme —expresó, con una excitación oculta en su voz.

Después de que el joven se marchara, Sarai decidió tomar una ducha para refrescarse. Pero mientras el agua caliente acariciaba su piel, su mente se llenó de imágenes salvajes de lo que había ocurrido antes.

¡Dios mío! Aquel chico pobre había sido todo menos inocente. Fue como un animal hambriento y la hizo vibrar de placer. Sarai no pudo evitar soltar una risa llena de ironía y satisfacción, aquel joven había demostrado ser mucho más hábil en la cama que su propio esposo.

Un sentimiento de felicidad embargó su ser. En sus ojos brilla la genuina satisfacción, mientras su rostro refleja un anhelo inimaginable. Había sido una experiencia que superó todas sus expectativas.

Sabía que tarde o temprano llegarán los remordimientos y la culpa, pero en ese momento, Sarai solo podía sonreír.

 Milagrosamente, incluso el grifo dejó de gotear, como si la corte celestial estuviera celebrando su explosiva aventura erótica.


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